Se sitúa en un paraje conocido
entre los lugareños con el nombre de Peñascal de los Infiernos al este de la
villa de Liétor, de la que dista solo 3 Km. Forma parte de la vertiente de
solana, es decir, de la ladera que discurre paralela a la margen izquierda del
río Mundo.
Las condiciones medioambientales
del lugar y su aspecto agreste, pedregoso y carente de vegetación alborea,
donde abundan unas oquedades que son refugio de diversos animales. Las
características físicas del paisaje son similares a las del periodo alto medieval, son procesos
kársticos que se prolongan en el tiempo.
La cueva, se localiza en una leve
hondonada existente en una plataforma amesetada intermedia que alcanza los 600
m. De altitud. El acceso a la misma es dificultoso y solo existen dos vías
asequibles; la meridional parte desde la huerta de la Retuerta y sigue a través
de una senda que conduce hasta el pedregal; la septentrional presenta una
pendiente más suave que incluso permite el ascenso a lomos de un animal. Sobre
el terreno y oteando el horizonte, se comprueba como desde esa plataforma
amesetada donde se ubica la cueva se domina visualmente buena parte de la
estrecha vega del río Mundo y también se aprecia con una nitidez considerable
el caserío de Liétor.
En las actualidad se encuentra en
fase de derrumbe, detectándose, desprendimientos de techo y descalcificación.
La entrada es estrecha y con una
pronunciada inclinación descendente hacia el sector que está sumido en la
oscuridad. Seguidamente, y a través de un paso angosto y de corto recorrido, se
accede al primer corredor que da lugar a una galería de 12 m. De longitud y una
anchura media inferior a 1 m. Aunque en algunos tramos llega a 1,5 m. Sigue una
orientación Sur-Norte, el recorrido de la galería en dirección septentrional,
se llega al lugar de la ocultación de los objetos, que carece de abertura al
exterior y cuya superficie apenas alcanza 1 m cuadrado.
La segunda galería solo tiene 9
m. De longitud, adopta una dirección Este-Oeste y se bifurca en la mitad de su
recorrido, dando lugar a otra sala de 1,75 m. De ancho por m. De longitud, cuyo
extremo distal se estrecha progresivamente hasta hacerse impenetrable.
Todo parece indicar que la
ocultación no fue realizada de forma apresurada, por el contrario, quienes la
llevaron a cabo probablemente eligieron el lugar con pleno conocimiento del
terreno.
Son numerosa las oquedades que
dificultan enormemente la localización de la cueva en cuestión, a no ser por
quienes la eligieron para depositar su ajuar. La entrada a la cueva es
descendente y describe una ligera caída que impide el apoyo de los pies, con lo
que la persona que accediera a ella tendría la sensación de poder precipitarse
al vacío.
En el interior de la cámara de
ocultación se distinguen dos depósitos consecutivos y separados especialmente.
En el primer depósito, el
ocultador guardo las piezas en el interior de una pequeña hendidura existente
en el fondo de la sala, entre la pared de la cueva y una gran raja vertical.
Precisamente en este angosto lugar se concentraron los objetos domésticos de
menor volumen, que eran también los más valiosos: los dos platillos de cobre y
el de latón, las botellitas de vidrio y los peines, el cacito y la cajita de
hueso, la vajilla de madera, la espabiladeras, que estaba unida por una cadena
al candil zoomorfo, las bisagras y los refuerzos de una cajita de madera.
En el segundo deposito, fueron
encontrados en el centro de la cámara, tras la tapia que la cegaba. Se aprecia
un carácter más impersonal, más voluminosos y solo tienen el valor de la
materia con lo que los forjaron. Se encontraron los componentes leñosos y
metálicos de los aperos agrícolas, la reja, las hoces, los legones y el
almocafre. Los accesorios de molino, la lavija y la sonaja, la balanzas, los
plomos y flotadores de una red, el hacha forestal, las cuatro azuelas, el
martillo, la sierra y la lesna, las cuatro tijeras, el peine de telar y el
templen, las dos agujas de pleita, el almenar y la almenara, las nueve aldabas,
los cuatro candados y los dos cerrojos, la badila, los cuchillos, los atalajes
y montura y las armas de un jinete.
Parece razonable pensar que quien
ocultaron el ajuar pretendían que, en el caso de que algún intruso lograra
acceder al escondrijo, los objetos del segundo deposito sirvieran de señuelo y
pudieran desviar su atención, de forma que no llegara a descubrir el primero,
en el que se encontraban los objetos más valiosos.
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